sábado, 16 de diciembre de 2017

Escritos de Manuel José Arce

De la serie “Nuestra Generación Maldita”


ESCRITOS DE MANUEL JOSÉ ARCE


YA NI COMER HUEVO…

Ah tiempos aquellos cuando uno podía decirle a la empleada doméstica: “Tomá estos ocho len, andá a la tienda y me traés un litro de leche…”. Ahora, empecemos porque uno ya no sabe cuánto es lo que hay que darle para cualquier compra. Lo mejor en todo caso es decirle: “Andá a la tienda y averiguate a cómo amanecieron la leche, el pan, los huevos y  me venís a avisar… quién quita y nos alcance para desayunar el día de hoy…” Y cuando la susodicha regresa con la información solicitada, es cuestión de decirle: “Corré, comprate unos dos panitos, un medio litro, un huevito  -aunque sea de fábrica-  y olvídate de la mantequilla porque ni para margarina nos alcanza. ¡Pero apurate! No vaya a ser que cuando llegués ya hayan subido otra vez los precios”.  Y uno  -si tiene sensibilidad social- se queda con el tremendo remordimiento de conciencia (o “complejo”, como se dice ahora) de que está dándose lujos realmente ofensivos para la demás gente que ya ni café, pues.
               
Yo no sé qué tengan que ver las vacas con el petróleo, ni las gallinas con el terremoto; esto es como cuando  en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, algunos “marchantes” abusados querían subirle el precio al frijol, diz que por la guerra… ¡Ni que importáramos los frijoles de Alemania y ni que Parramos quedara en Japón!
               
Hablamos de inflación, de guerra de precios, de pactos y alianzas económicas. Instituimos descomunales oficinas, bautizadas con nombres sofisticados. Empleamos un lenguaje mágico-científico y realizamos profundos análisis técnicos. Pero, en dos platos, nada.
               
Este año, el café alcanzó precios como nunca los había tenido en la historia: un torrente de plata entró a Guatemala en ese concepto. Y plata que se mira: edificios que crecen por todos lados, carrazos último modelo en cantidades increíbles a pesar del alza de precios, empresas nuevas de todo tipo. Plata, digo, que no se disimula. Y sin embargo, la miseria tampoco se disimula: es más y más aguda, es más y más masiva. Como si el dinero se estuviera reconcentrando cada vez en menos manos, como si las alzas de precios sólo recayeran en las clases populares, como si una locura antihumana llevara a esta sociedad a extremar las contradicciones más crueles.
               

Pareciera que el terremoto no nos dejó sino la convicción de que este pueblo aguanta con todo y cualquier extremo nos parece poco. Porque mientras los nuevos edificios se alzan en un dinámico impulso constructivo, los barrancos arrasados ya están nuevamente cubiertos de covachas y no sólo esos, sino también los que quedaban. Covachas que esperan otra desgracia telúrica, inundaciones y deslizamientos en el invierno, incendios masivos en tiempo seco. Covachas pobladas de campesinos que, prófugos de la miseria rural, vienen a ahogarse en la miseria urbana. Y son ellos, ellos precisamente, los más necesitados, los que pagan el pato de la guerra de precios, la inflación y todo eso.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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