sábado, 4 de noviembre de 2017

Escritos de Manuel José Arce


De la serie “Diario de un Escribiente”


ESCRITOS DE MANUEL JOSÉ ARCE


G A F A S

Dices que solo es sexo lo que hemos hecho juntos esta tarde.
               
Quise hablarte de amor, pero tus dedos sujetaron mis labios dulcemente, con una presión casi de reproche, de burla compasiva, inteligente.
               
Sólo sexo.
               
Sólo higiene mental. Sexo anticonceptivo que evita el nacimiento de niños y de traumas, fijaciones, frustraciones, etcétera y etcétera.
               
Lo demás es folclor, machismo de latino. Dímelo de una vez: subdesarrollo.
               
“Hablar de amor  -me dices-  origina la situación de la mujer-objeto, en América Latina, España, Italia”.
               
“Es un juego de trampas afectivas en un táctico acuerdo. Es…”.
               
Y te pones las gafas, todavía desnuda. Tus gafas doctorales, eruditas, sociológicas, las que te sirven para ver el mundo y, con mayor exactitud, la vida, desde tu pedestal civilizado.
               
Y, mientras tanto, siento cómo me miras fijamente, más objetivamente, con tus pupilas limpias, tus pezones.


R E E N C U E N T R O

Nos veíamos a veces junto al poste de la esquina o la vuelta de tu casa o en el parque, también, como a tres cuadras.
               
De regreso, caminábamos rápido temiendo que nos viera la vieja chismosa de la tienda o el barbero abusivo que te decía cosas, con quien al fin de cuentas nos rompimos la cara  -mejor dicho: me la rompió él a mí, que era flaco y soñaba-.
               
Ahora que acuerdo y que digo “soñaba”, como soñábamos entonces.
               
Yo te hablaba de la universidad, de construir una casa al concluir la carrera, de tener tantas cosas, de gozar tantas otras. Tú me hablabas de niños. Nos queríamos tanto.
               
Estás tan gorda ahora. Estás tan vieja y fea. Me dices que enviudaste. Que un coronel te ayuda a sostener tus hijos (y muy precariamente, desde luego).
               
Y ya me ves: no sueño y también estoy viejo.
               
Como a patadas nos entró la vida.
               
Hoy quisiera tomar de la mano, irnos años atrás hacia aquél tiempo. Pero estoy cierto de que, al fin de cuentas, nos volveríamos a hallar aquí, viejos y tristes, con un montón de sueños que se han vuelto ceniza.


G R A C I A S

Bueno, debo darte las gracias.
               
Yo que necesitaba del trabajo veía mi escritorio como a un templo, como a una madre, como al benefactor que me libró del hambre.
               
Un pequeño burócrata  -me aludo-  suele caer irremediablemente en este culto pobre que limita todo horizonte hasta la línea recta y cromada del borde gris de su gris escritorio.
               
El escritorio es Dios, es mundo, es plácida placenta protectriz.
               
Tú me libraste de eso. Debo darte las gracias. Muchas gracias.
               
tengo un amplísimo horizonte: el de la calle, la miseria pequeña, roedora, vergonzante; la libertad del que no tiene horario ni bocado.
               

Soy libre, al fin, soy libre: debo darte las gracias a ti, que me quitaste mi trabajo.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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