miércoles, 27 de enero de 2016

Migró por la guerra y ahora quiere regresar para encontrar justicia

Manuel Portillo tiene una mirada serena y una vida tranquila en Filadelfia, pero su mente guarda un recuerdo aterrorizante de la Guatemala de los ochenta, de la época de la sangre y del silencio, del dolor y de la angustia, de los militares y de la guerrilla. Él y sus cinco hermanos viven como refugiados desde hace más de 30 años, en México, Canadá y Estados Unidos. Todos salieron huyendo del país, luego que el ejército llevó a cabo un secuestro masivo contra sus familiares. Entre ellos, tres niñas.


MIGRÓ POR LA GUERRA Y AHORA QUIERE REGRESAR
PARA ENCONTRAR JUSTICIA

Manuel Portillo en Filadelfia, Pennsylvania

Por Conié Reynoso
  
Tras la reciente noticia de la captura de 18 militares señalados de varias desapariciones forzadas durante el conflicto armado interno, los recuerdos revivieron para él y sus hermanos. Manuel recuerda el último episodio de terror que vivió en Guatemala cuando iba camino a la casa de su padre a celebrar el cumpleaños de su sobrina. Alguien les anticipó la mala noticia: los militares acordonaron el barrio e ingresaron a la casa, a plena luz del día. Los vecinos vieron, callaron, se escondieron, como era la costumbre.

La familia buscó a sus desaparecidos en los hospitales, pero no pudo denunciar el secuestro. En ese entonces no existía institución alguna que investigara. Avisar siquiera a la Policía Nacional era un suicidio, era dar la cara para que los militares llegaran por ellos. La historia de los hermanos Portillo, es un caso de los muchos que se registraron en la época del conflicto armado interno. Miles de guatemaltecos fueron desaparecidos y otros huyeron por ser considerados adversarios del ejército, incluso por ser amigos, familiares o conocidos de aquellos que se oponían al sistema. El terror y la persecución contra la población civil era una constante, como lo cuenta el  Informe de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI).


“Aunque estemos lejos, queremos estar a disposición de los jueces, del Ministerio Público, para dar información que pueda servir para evidenciar cómo fueron las cosas, porque a (Manuel)  Callejas lo tienen relacionado por un caso, pero él es responsable de muchísimo más. No se ha hablado del terror que impusieron en todas partes, de los secuestros y asesinatos que cometieron”, asegura Portillo.

Portada de Prensa Libre del sábado 12 de septiembre de 1981. Aparecen imágenes de la casa de la familia Portillo, cateada por oficiales del ejército (Fuente: Hemeroteca Nacional).

El caso 11779/98

El 11 de septiembre de 1981, la familia Portillo estaba por celebrar un cumpleaños en casa del padre, cuando un grupo del ejército los sorprendió en su vivienda, ubicada en la zona 11 de la Ciudad de Guatemala. Ante la mirada perpleja de los vecinos, llegaron patrullas y un camión militar. Se escuchó un disparo y al tiempo se fueron. Un día después los periódicos publicaban la noticia sobre el desmantelamiento de “otro reducto” relacionado con la guerrilla, donde se fabricaba material subversivo. Según los militares, no encontraron personas, sólo un perro pastor alemán. Pero allí estaba el padre, la hermana, las sobrinas, la esposa de su padre y la novia de Manuel Portillo. Hasta hoy no se sabe nada de ellas.

Los desaparecidos son Adrián Portillo Alcántara (padre, 70), Rosa Elena Muñoz Latín (segunda esposa de Portillo Alcántara, 26), Alma Argentina Portillo Muñoz (hija de Portillo Alcántara, 18 meses), Rosaura Carrillo Portillo (nieta de Portillo Alcántara, 10), Glenda Carrillo Portillo (nieta de Portillo Alcántara, 9) y Edilsa Guadalupe Álvarez Morales (novia de Manuel Portillo, 17).

Para los Portillo la lucha no acaba. Buscar justicia es necesario, es parte de su identidad y de su historia. Manuel regresó a Guatemala por primera vez en 1997, luego de la firma de la Paz. Desde entonces, con sus hermanos no han dejado de revivir la historia para dar con el paradero de sus familiares. Han hecho su propia investigación, han hablado con los vecinos de aquella época, han recabado documentos, han contactado con militares retirados. Poco a poco han ido atando cabos, pero los cuerpos aún no aparecen. En 1998 presentaron la denuncia formalmente ante el Ministerio Público, pero no han tenido resultados hasta ahora.

Los Portillo no tienen la respuesta sobre el ataque pero sí tienen una hipótesis: eran considerados enemigos del gobierno. Dos de sus hermanos integraban sindicatos, entre ellos Adriana Portillo, la madre de dos de las tres niñas desaparecidas; otro hermano murió en combate durante la guerra; y él había sido forzado a integrar las filas castrenses. “Mi familia tomó el espacio de la justicia y empezamos a involucrarnos con organizaciones en contra del gobierno. Era difícil permanecer callado ante los vejámenes de los militares”, relata Manuel.

Meses antes de la desaparición forzada del grupo familiar, Manuel había desertado del ejército. Según él, con ese acto había firmado su sentencia de muerte, pues quien escapaba de las filas militares era considerado enemigo. La muerte era el castigo.

Prensa Libre, 12 de septiembre de 1981. Información ‘oficial’ sobre el cateo en casa de la familia Portillo (Fuente: Hemeroteca Nacional).

“A los 17 años, como era costumbre en la época, el ejército me capturó y me llevaron a la Zona Militar de Jutiapa. Mi familia se enteró en donde yo estaba, a los cinco meses. Gracias a mi desempeño me dejaron en el área de entrenamientos en una buena posición, no tenía que salir a combates” recuerda Portillo, pero al poco tiempo de estar en el lugar se enteró de las barbaries que se cometían en contra de la población, los militares llegaban y contaban sus hazañas: los asesinatos, las violaciones sexuales a mujeres. “Poco a poco me fui enterando de más cosas y yo ya no quería estar allí, era una pesadilla”, cuenta.

Según Manuel, dentro del ejército, empezó a sentir terror y persecución. Distintas situaciones le pasaban dentro del trabajo y durante sus descansos. Era vigilado, amenazado, aterrorizado. “Mi hermana era sindicalista y vivía en Jutiapa, la visitaba y le contaba todo lo que me enteraba. Ella me decía que tenía que tomar una decisión. Así lo hice”. Una Semana Santa, Manuel desertó del ejército. Aprovechó un viaje a la playa junto a sus amigos castrenses y fingió ahogarse en el mar. Ese mismo día tomó un bus hacia la capital y desde entonces hasta su salida del país vivió en zozobra. El ejército no se quedó de brazos cruzados, fueron a buscarlo en varias ocasiones a casa de sus familiares.

El caso de los Portillo, es uno de los muchos que se registraron en el país con la misma táctica: iban en busca de unos, pero al no encontrarlos se llevaban a familiares.

Ya han pasado treinta y cuatro años de aquellos sucesos y Manuel intenta seguir la vida en la histórica Filadelfia junto a su familia. Trabaja en una organización que ayuda a inmigrantes profesionales de todo el mundo a instalarse en la ciudad. Desde que salió de Guatemala siempre ha trabajado con inmigrantes. Antes de llegar a Estados Unidos vivió en México, donde trabajó apoyando a los desplazados guatemaltecos y denunció ante organismos internacionales las atrocidades que se estaban viviendo en aquella época en el país.


Ahora respira tranquilo, ayuda a otros, pero su corazón no deja de estar en Guatemala, a donde va cada vez que puede, a seguir la lucha, a buscar a su familia. “Queremos que la verdad surja y que haya un grado de justicia para que en Guatemala no se vuelva a repetir semejante barbaridad”.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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