lunes, 20 de abril de 2015

Galeano, el hereje

Siempre que muere un escritor famoso no dejó de preguntarme cómo lo recordará la posteridad, esa señora de afectos impredecibles. Si de algo estoy seguro en este caso es que más allá de la atingencia epocal de sus textos —"Las venas abiertas de América Latina" (1971), "Memoria del fuego" (1986), "El fútbol a sol y sombra" (1995), "Los hijos de los días" (2011), etc.-, y de su herética condición de conciencia crítica de un mundo que no pudo (o no lo dejaron) ser, Eduardo Galeano preferiría sin dudas que lo recordaran con las palabras que validaron su distinción en septiembre de 2010 con el premio literario "Stig Dagerman", uno de los más prestigiosos de Suecia, palabras que pudieran inscribirse en su tumba a modo de epitafio y que lo perpetuarían como alguien que estuvo "siempre y de forma inquebrantable del lado de los condenados".


GALEANO, EL HEREJE


Por Walter Ego

Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan, y ese lugar es mañana.

Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos"

Primero fue Benedetti, allá por un mayo pluvioso de 2009; este lunes dijo adiós Eduardo Galeano. Les sobrevive Daniel Viglietti, como si la Muerte, que no repara en jerarquías ni oficios, hubiera apelado al riguroso orden alfabético de los apellidos para poner fin al influjo vital de una terna de creadores que dejaron su huella en el "novecento" uruguayo y latinoamericano.

Hombre de izquierda hasta el final de sus días —desde aquellos lejanos años en que ello implicaba cárcel y exilio hasta los tiempos recientes que vieron desleírse la Utopía- Eduardo Germán María Hughes Galeano (3 de septiembre de 1940 / 13 de abril de 2015) supo prodigarse en una extensa obra literaria conformada por más de cuarenta títulos de difícil clasificación en la que se entreveran el periodismo y la ficción, la política y la historia, una obra en la que sin rehuir el compromiso ideológico logró volverla ajena al panfleto, una literatura desligada de las frases hechas y la retórica discursiva de una izquierda monolítica que apelaba en los años tumultuosos de la Guerra Fría más al consenso que a provocar las dudas del lector.

De ahí que con "Las venas abiertas de América Latina" (1971) marcara a más de una generación de lectores que encontraron en aquel ensayo "sui generis" un asidero para sus sospechas, las mismas que impulsaron la pluma de su autor: "¿Es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién? ¿Culpa de Dios, culpa de la naturaleza? ¿El clima agobiante, las razas inferiores? ¿La religión, las costumbres? ¿No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser deshecha?"

Pero quien cuestiona al mundo debe saber cuestionarse a sí mismo. Por ello no extraña la valentía con que supo reconocer años más tarde la falta de conocimientos necesarios para escribir un libro como aquel, que quiso ser "una obra de economía política" y terminó por convertirse, por la magia de una prosa sencilla y divertida, en un clásico de la literatura política latinoamericana, un libro con una visión sesgada y acaso ingenua de la historia del continente, de cuya escritura jamás renegó pero que aceptó formaba parte de "una etapa que […] está superada".

Defensor insobornable de la libertad y de la justicia, fue la suya la voz de los desfavorecidos. Como mismo no dudó jamás en criticar los desmanes de las dictaduras sudamericanas —integró junto a Benedetti la "Comisión Nacional Pro Referéndum" que buscaba revocar una ley que impedía juzgar los crímenes cometidos durante la dictadura militar en Uruguay-, tampoco dudó Galeano en cuestionar en su momento el actuar de las autoridades cubanas que habían fusilados a tres ciudadanos por el robo a punta de pistola de una embarcación con el fin de irse a los Estados Unidos.

Su postura en torno a aquellos hechos la dejó bien clara en un artículo fechado el 18 de abril de 2003 bajo el título de "Cuba duele", en el que si bien refrendó su solidaridad con la Revolución cubana, precisó que lo hacía "desde la libertad de conciencia, no desde el deber de obediencia". Ello le valió las mismas críticas que años antes había recibido por defender el derecho de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Afganistán a decidir su destino como nación, a la autodeterminación, "cuando ese sagrado derecho era avasallado en nombre del socialismo".

Siempre que muere un escritor famoso no dejó de preguntarme cómo lo recordará la posteridad, esa señora de afectos impredecibles. Si de algo estoy seguro en este caso es que más allá de la atingencia epocal de sus textos —"Las venas abiertas de América Latina" (1971), "Memoria del fuego" (1986), "El fútbol a sol y sombra" (1995), "Los hijos de los días" (2011), etc.-, y de su herética condición de conciencia crítica de un mundo que no pudo (o no lo dejaron) ser, Eduardo Galeano preferiría sin dudas que lo recordaran con las palabras que validaron su distinción en septiembre de 2010 con el premio literario "Stig Dagerman", uno de los más prestigiosos de Suecia, palabras que pudieran inscribirse en su tumba a modo de epitafio y que lo perpetuarían como alguien que estuvo "siempre y de forma inquebrantable del lado de los condenados".

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El libro de los abrazos (1989)

La burocracia/3

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.

En medio del patio de ese cuartel había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía, y siempre se había hecho, por algo sería.


Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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