martes, 4 de diciembre de 2012

LA TREGUA UNILATERAL...




Juan Manuel Santos es un instrumento de las transnacionales, es un instrumento del imperialismo y por eso sus ideas de paz siempre van a estar ligadas a una determinación mezquina que es la de exigir la rendición de la guerrilla, la sumisión de la insurgencia y de la resistencia popular. En general, como si el problema de la guerra y de la paz tuviera que ver estrictamente con aspectos de orden militar y pasáramos por alto las razones; las causas de fondo están en la miseria que padece el pueblo colombiano. Entonces mientras Santos no entienda eso, o quizás lo entiende, pero mientras no admitan que resolviendo los problemas de los colombianos, de esos 30 millones que están en condiciones de miseria, mientras eso no se resuelva, en Colombia no va a haber paz. Nosotros, las FARC tienen toda la disposición, los brazos, el corazón abierto para hacer una aproximación, un diálogo que tiene que ser de cara al país, con la participación de las comunidades. Pero eso no es algo que dependa de nosotros solamente. Santos cree que depende solamente de su llave y que la tiene guardada ¿no se en que bolsillo? Este proceso, si alguna vez se inicia, tiene que ser definido y conducido por las mayorías de este país que son los pobres de Colombia. Movilizaciones de las masas.  Comandante Jesús Santrich, uno de los representantes de la guerrilla en la Habana. 



LA TREGUA UNILATERAL DE LAS FARC
Y LAS SEÑALES ERRÁTICAS DEL PRESIDENTE SANTOS



Por Luciano Castro Barillas


En todo proceso de paz las fuerzas beligerantes tienen rostros visibles y rostros encubiertos. Es decir, poderes fácticos que no dan la cara y que, sin embargo, son los que tienen el poder real o toman las decisiones estratégicas. En el caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, no es exactamente así. Las FARC, como vanguardia revolucionaria, no responden a más intereses que el de sus propias convicciones y del pueblo que representan; los campesinos, los obreros, pobladores, desplazados, refugiados, exiliados y profesionales democráticos. La vida de sacrificio en la selva por tantos años los coloca en un plano heroico, percepción que naturalmente no tienen los sectores oligarcas colombianos que los tipifican simplemente como bandidos o terroristas, término éste último acuñado por la fincada paranoia norteamericana a partir del 11 de septiembre y puesto muy de moda en el lenguaje de los variopintos funcionarios de los países dependientes o extremo-dependientes de los Estados Unidos, a quienes el 11-9 les dolió particularmente. Para las FARC y su comandancia general o dirección nacional no fue asunto de intríngulis despiadado el tomar la decisión de la tregua unilateral. Es una acción sencillamente coherente de personas que, en primer lugar, aman a su país y quieren construir una sociedad diferente basada en la justicia integral y la democracia real, independiente de ser un movimiento político inteligente que eleva su prestigio como interlocutor político y moral válido y serio.  La decisión está exenta de complicaciones por otro asunto fundamental, pero a la vez sencillo, como toda verdad: hay una doctrina, el marxismo-leninismo, que le permite a su dirección no solo identidad de  concepciones teóricas sino métodos comunes de trabajo revolucionario a seguir. Las visiones tácticas y estratégicas son las mismas, las metodológicas tal vez no, por eso precisamente existe el otro destacamento revolucionario, el ELN, que confirma la dialéctica de la revolución y sus contradicciones. Los saltos de calidad, las reificaciones y las acumulaciones prácticas.

No se puede decir lo mismo del presidente Santos y su gabinete. Hay una urdimbre de coordenadas, entrecruzadas a tal punto, que su resolución es tan intricada como El Laberinto del rey Minos de Creta. Dédalo irresoluble por el entrecruzamiento de las diferentes expresiones de la oligarquía colombiana que van desde la financiera, la agroganadera (de la cual Uribe es su más fiel intérprete y representante), la industrial y la comercial, sin excluir a los grandes barones de la droga colombianos con vínculos e intereses en el vasto mundo empresarial colombiano legal e ilegal. Pero hay otro gran poder fáctico que determinará el ritmo de la realidad, de la negociación, en Colombia: los grandes intereses geopolíticos y económicos norteamericanos, ante lo cual Santos tendrá la más difícil negociación y la más fuerte coacción. Las dos fuerzas más poderosas, la oligarquía nacional y el imperialismo, no pueden arriesgarse a perder sus privilegios en el primer caso y su influencia político-militar en el segundo caso, sobre todo por la presencia de un Estado hostil  -Venezuela-  que podría incidir con su ejemplo, en la reversión de las estructuras políticas, sociales y económicas colombianas. La nueva concepción de la toma revolucionaria del poder llevada a cabo por el pueblo venezolano es una pedagogía altamente peligrosa para los sectores conservadores de Colombia. La historia reciente de las revoluciones sociales en América Latina pueden ir prescindiendo de los guerrilleros por los votos. Hay un ejemplo muy inmediato en el tiempo y muy pegado a su geografía que enseña que las revoluciones triunfantes no necesariamente en el siglo XXI se cristalizan a través del esfuerzo armado. El foquismo o la insurrección ya son escuelas revolucionarias caducas y aunque podría afirmarse con Nietzche en su “filosofía del eterno retorno” que, más temprano que tarde, esas escuelas revolucionarias de lucha, algún día los revolucionarios podrían apelar nuevamente a ellas; por el momento eso no es posible. Las circunstancias del mundo son, definitivamente, otras y los métodos para construir la realidad tendrán que ser innovadores. Ya lo dijo Marulanda en 1992 cuando se le inquirió sobre el porqué los revolucionarios colombianos se empeñaban en la lucha armada cuando habían caído en cadena los “socialismos” en Europa Oriental. Dijo algo muy aleccionador: “Los revolucionarios colombianos vivimos de nuestras propias realidades”. Los términos de negociación están, pues, determinados también por las experiencias históricas centroamericanas, como es el caso de Guatemala y El Salvador, donde los Acuerdos de Paz son ahora simples papeles echados a perder por las intocables oligarquías nacionales. Lo ocurrido con las revoluciones centroamericanas y sus procesos de negociación han sido aleccionadores para los revolucionarios colombianos, de allí que la propuesta es concreta y  clara: Acuerdo Suscrito; Acuerdo Cumplido. Las celadas y los incumplimientos no podrán funcionarle a los oligarcas colombianos, por lo tanto se impone la sinceridad en lo negociado. De lo contrario la guerra continuará para hacer de Colombia una tierra insufrible para todos, para los ricos y para los pobres.










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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