sábado, 17 de noviembre de 2012

LA VIDA ALEGRE




Las he visto en las calles céntricas de la ciudad con su adolescencia marchita, tatarateando encima de los tacones a los que no se han habituado aún, con la sorpresa campesina que el callo del cinismo defensivo no ha logrado ocultar del todo.






LA VIDA ALEGRE

Por Manuel José Arce


-“Y… ¿Desde cuándo te entregaste a la vida alegre, hija mía…?
-¿Vida “alegre”, señor cura? ¡Ya lo quisiera ver a usted a las cuatro de la mañana, dándole servicio a un bolo hediondo! ¡Alegre la canasta!

El chistecito aquel que me contaron en un velorio muy serio, hace ya varios años, se me viene hoy a la memoria a propósito del martirologio de las pobres mariposillas nocturnas que pueblan nuestra oscura ciudad.

Vida perra la que les ha tocado.

Están bajo la punta del embudo. Sobre ellas caen los desagües y las enfermedades todas de nuestra ciudad. Y no me refiero solo a las enfermedades aquéllas, cuyos agentes patógenos crearon ya resistencia a los antibióticos, sino a las otras: a la soledad amarga, al desprecio por el ser humano, a la compra, venta y alquiler de gente, al chantaje, a la injusticia, a la explotación más despiadada ¡en fin!

Las he visto en las calles céntricas de la ciudad con su adolescencia marchita, tatarateando encima de los tacones a los que no se han habituado aún, con la sorpresa campesina que el callo del cinismo defensivo no ha logrado ocultar del todo.

Han debido salir a la calle salir a la calle a masacrar sus propios sueños, porque en la covacha familiar no había pan ni trabajo, porque las condiciones de vida del rancho remoto  no admitían una boca más, porque el hombre se fue con otra y las dejó cargadas de chirices, porque vinieron a la capital de sirvientillas contratadas por una señora gorda y muy pintada y que tenía un carrote así y unos amigos  -todas las noches distintos-  muy bolos y alegres.

Los aguaceros, los fríos, los juanetes, las hambres, y las gomas se aguantan allí, en la esquina de una calle. Las carreras cuando hay batidas. Los quetzales arrebatados por el padrote que chupa o que se quema, pero que al menos se deja querer.

-Lo hacen por vicio o por haraganería, les gusta ganarse la plata sin trabajar, la vida fácil…  -decía una señora en el té del otro día. “¿Vida fácil señor cura?”.

Nuestra sociedad con sus tabúes, sus prejuicios y sus soluciones superficiales, las acepta y las usa como un mal necesario:    -“Si no fuera por ellas, los muchachos no podrían tener novias decentes y como Dios manda…  Y a pesar de todo, ya ven la promiscuidad de ahora… Ya los azahares de la pureza son una burla en las bodas…”  -comentaba la misma señora, como si fuera imprescindible vivir o como víctima o como victimario en este mundo.

Y ahora, para colmo, hasta la propia vida arriesgan las pobres en su lamentable trabajo (¡que aburrido les debe resultar ese remedo de amor!): Un día se “trarrosca” un hijo de vecino y, como si ellas tuvieran la culpa, se dedica a mutilarlas, a asesinarlas, a agredir esos pobres pechos marchitos.

¡Vida alegre, la canasta!









Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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