sábado, 13 de octubre de 2012

SOMOS PEORES…



 INTRODUCCIÓN

Este artículo periodístico lo escribió Manuel José hace 31 años, no obstante resuena tan fresco e inmediato como si hubiese sido escrito ayer. No cabe la menor duda que tres décadas después el mundo está peor. Los recursos naturales están virtualmente siendo arrasados y no será tarde el día cuando el agua sea un bien escaso pues el actual desorden  -no orden-  económico internacional ha configurado una peculiaridad en la distribución de la riqueza: un 8% por ciento de la población (los oligarcas de todo el mundo) poseen el 85% de la riqueza del planeta. Así las cosas no es difícil entender porque la poesía  (esa adivinanza cifrada del mundo) no es “bien de consumo”. Son pocas las personas que la leen, pues a cambio de adquirir un libro, prefieren comprar un celular para hablar invariablemente sandeces, monitorear al marido o la mujer para ver en qué motel está haciendo acrobacias o sencillamente endeudarse hasta el suicidio por adquirir un coche de lujo para que le dé estatus y no le haga lucir tan llamativamente ordinario. El poeta nos da una amena lección de un momento loco del proceso de producción social: el consumo. Paranoia económica que, de no tener lugar, hace sentir a las personas compulsivas por adquirir sentirse virtuales cucarachas. Luciano Castro Barillas.




SOMOS PEORES QUE LAS RATAS














Por Manuel José Arce

¡Cómo nos hemos llenado de cosas sin sentido!  El hombre se ha vuelto una inmensa termita que carcome vorazmente, constantemente el medio en el que vive sin darle nada o casi nada a cambio… ¿Qué devolvemos a la naturaleza en pago de lo mucho que destruimos en ella? Apenas nuestros excrementos y nuestros cadáveres.

El ganado fecunda el campo en donde pasta. El árbol nutre con su hojarasca la tierra que lo alimenta. El pájaro lleva en sus heces la semilla de la fruta que come y crea nuevos bosques, riega la vegetación por donde pasa.

Nosotros no. Pulverizamos la piedra para volverla cemento. Explotamos la tierra hasta agotarla. Ensuciamos el aire hasta convertirlo en veneno. Derribamos los bosques hasta volverlos desiertos. Extraemos los aceites del subsuelo hasta extinguir las reservas. Dejamos nuestros detritus en el agua hasta negar la posibilidad de vida en ella.

Somos como termitas destructivas. Como malignas cucarachas. Como ratas insaciables. Y, si lo vemos fríamente, podremos darnos cuenta de que, en la mayoría de los casos, nuestra depredación es innecesaria. Es más: ni siquiera está llamada a proveer el disfrute de toda nuestra especie. Porque la especie humana, entre las muchas formas de dividirla, puede ser vista así: los que producen y los que consumen.

Los unos producen muchísimo más de lo que consumen, los otros, consumen mucho más de lo que producen. Los primeros, son abejas laboriosas, los otros, son los asaltantes que se aprovechan de la miel y la cera que aquellas han creado con su trabajo incesante. Es decir, que no basta con la depredación inmisericorde de los recursos del planeta para la vida: también llega el sudor, la inteligencia y la capacidad creadora de los propios congéneres.

“Los bienes de consumo”,  “la sociedad de consumo”, y el “consumo” elevado a categoría suprema, a dimensión de finalidad única de la vida. Cementerios infinitos de automóviles, basureros, con increíbles hacinamientos de refrigeradoras, televisores, planchas, máquinas de las más diversas, para cuya construcción ha sido necesario invertir minerales de toda clase, petróleo en cantidades increíbles, madera en dimensiones astronómicas, cosas, objetos que han hecho que centenares de fábricas contaminen el aire y el mar, productos que, para su adquisición, han debido de ser pagados con centenares de horas de sudor y energía, con toneladas de alimentos, a costa de estadísticas inmensas de analfabetismo y desnutrición. Objetos cuya vida útil ha sido cuidadosamente limitada para que no se detenga la catarata del “consumo” esclavizador del hombre.

Y los sabios peroran y los profetas gritan contra la explosión demográfica. Arguyen que el planeta ya no soporta más pulmones humanos respirando en su atmósfera, que la tierra ya no puede producir alimentos para más personas… En tanto, por cada nueva fábrica de “artículos de consumo”, cientos de chimeneas envenenan el aire, contaminan las aguas, saquean la economía de los pueblos.

Somos peores que las ratas.










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA. 

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