sábado, 20 de octubre de 2012

LA REVOLUCIÓN DEL 20…



Ubico, sí, la sombra del general a caballo, permaneció amenazante a lo largo de aquellos diez años,  como una magnética y persistente pesadilla, como un reflejo condicionado hacia el que muchos ciudadanos regresaban en los momentos de vacilación, de duda, de inseguridad, como buscando el mágico poder de un padre tremendo, de una voluntad omnímoda.




LA REVOLUCIÓN DEL 20 DE OCTUBRE
Y LA VENGANZA DE UBICO

Jacobo Árbenz, durante su último discurso
Por Manuel José Arce

Con el perdón de los criterios autorizados y bien informados, tengo la idea de que las cosas no son como creemos sino de otro modo: No es cierto que la Revolución de Octubre haya terminado con el régimen de Ubico y Ponce. La verdad es que fueron, precisamente, Ponce, Ubico y Estrada Cabrera quienes interrumpieron el proceso revolucionario.

No, por favor, no diga a priori: sólo babosadas es este Manuel José. Fíjese bien: en veintidós años de Estrada Cabrera y catorce de Ubico, tenemos treinta y seis años de dictadura a fondo, de deformación cívica en la que el servilismo, la pasividad, el malinchismo “fraguaron” como el cemento, se solidificaron en nuestra manera de ser. Esa es una de las más graves características de las dictaduras: dejan huellas profundas en los pueblos que las padecen, la gente se acostumbra a tener un mandón que decide por todos, que impone su voluntad, que castra el espíritu cívico de los pueblos. Claro que en la Revolución de Octubre participaron casi todos los sectores de la población. Empezando por los conservadores o cachurecos que ya estaban hasta la coronilla de regímenes liberales. Apenas si en 1920 habían tenido un respiro con el efímero paso de don Carlos Herrera por la presidencia, y aun entonces, compartiendo aquel pseudopoder con algunos cabreristas disidentes. Pero de entonces hasta el 44, nada. Y participó también un sector de la burguesía liberal que necesitaba compartir el pastel nacional que Ubico quería comerse solo. En el momento de tumbar a Ponce no había aún definiciones muy claras en cuanto a la política por seguir y era la hora de sumar, no dividir. Pero si apenas se instaló la Junta Revolucionaria de Gobierno empezaron los complots. Y no digamos cuando se vio que la Revolución no se quedaba en un simple cuartelazo sino que intentaba cambios profundos. Entonces, Estrada Cabrera, Ubico y hasta Ponce formaron un triunvirato en los “Ah, malhaya” de quienes se vieron afectados en sus intereses, de quienes nostalgiaban la voluntad omnímoda, el “orden” y la paz varsoviana de otros tiempos. Y los nuevos políticos, muchos de los cuales desconocían la práctica revolucionaria de la democracia, que no tenían otra formación que los traumáticos catorce años y que, al verse investidos de poder, se entregaron en cuerpo y alma a cometer torpezas, a justificar a sus contrincantes.

Frente a esa herencia de la dictadura, el esfuerzo de los jóvenes revolucionarios  -carentes de experiencia real, aunque no de visión progresista-  eran golondrinas aisladas que no hacían verano. Los anhelos populares se quedan huérfanos de orientación y de vías para su fortalecimiento y realización. Porque, además, el pueblo seguía siendo visto como un monstruo peligroso. Se revivió el recuerdo de los linchamientos de 1920 como un peligro de desbordamiento anárquico, la visión paternalista de que el pueblo es una fiera a la que hay que domar,  un niño torpe al que se debe manejar disciplinadamente.  Y -¡quién sabe hasta dónde!-  en los momentos decisivos el esquema ubiquista aprendido en la juventud privó en el ánimo del coronel Arbenz a la hora de que el pueblo defendiera aquella Revolución.

Ubico, sí, la sombra del general a caballo, permaneció amenazante a lo largo de aquellos diez años,  como una magnética y persistente pesadilla, como un reflejo condicionado hacia el que muchos ciudadanos regresaban en los momentos de vacilación, de duda, de inseguridad, como buscando el mágico poder de un padre tremendo, de una voluntad omnímoda.

Y es que la Revolución no tuvo tiempo de afianzar una generación que hubiera crecido libre de aquella sombra, de aquel recuerdo.

El día cuando el coronel Arbenz salió al exilio, el cráneo del general Ubico debió tener, allá, bajo la húmeda tierra de New Orleáns, una sonrisa cruel y victoriosa…









Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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